sábado, 2 de mayo de 2009

“HABRÍA QUE INVENTARLA”

Incluso podría ser necesario. Hay un antiguo dicho, que suena irreverente a algunos, y es un epigrama impecable: “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”. No está, a fin de cuentas, tan alejado de algunas de las pintorescas cuestiones que Tomás de Aquino se plantea. Pero hoy no tenemos tiempo ni interés en leer su estructuración racional de la fe. Tampoco sabemos ya latín. Ni nos interesa fingir hipótesis fantasiosas para estabilizar nuestros apabullados circuitos mentales.
Los católicos están tan cerca de pensar que el Papa nunca se equivoca, como de atribuir semejante gloriosa prerrogativa al telediario de la cadena televisiva más comprometida con la verdad o a la redacción del periódico menos parcial, sectario o sesgado del mundo o, sencillamente, a sí mismos, si no han abandonado la cordura o esta no les ha abandonado a ellos. Ninguno puede presumir de un acercamiento no defectivo a la realidad.
Las propuestas católicas no son imposiciones ni siquiera en materia de fe: son anuncio, exposición –ordinariamente serena- de puntos de vista particulares propios suyos: con denominación de origen característica. Si una persona no los comparte, es muy dueña de no hacerlo. Es más, la propia Iglesia Católica le dirá, de acuerdo con su convicción, que haría mal si las asumiera sin que su propia conciencia las compartiera. Es un mal obligar a hacer el bien, como Benedicto XVI ha expuesto con lucidez en su último escrito sobre la Esperanza. Y la libertad de las conciencias es un bien que la iglesia defiende.
A la vez, las gentes tienen derecho a conocer la sustancia del mensaje del que la Iglesia es portadora. Y de analizarlo con su propia inteligencia. Por lo tanto, nadie puede arrogarse el supuesto derecho de tapar la boca al Papa, de acallar su voz, de negarle alcance y autonomía en su ámbito. Y nadie tiene la obligación de compartir sus puntos de vista, si no le convencen. Aunque todos sintamos la necesidad de buscar y conocer la verdad, nadie nos la puede imponer. Tampoco la Iglesia. Y tan poco como ella, cualquier otro, llámese como se llamare. Por lo menos una ventaja grande tiene: si usted no es católico, nadie le llevará a la cárcel por eso. Más frecuente es que acabe en ella por serlo, pues hay muchos tipos de “cárceles”.
Hoy por hoy, sería difícil encontrar una instancia más crítica que la propia Iglesia católica. Expone su juicio con independencia a los más altos y glamorosos políticos occidentales, por deslumbrantes, orgullosos, solemnes y aparentemente exitosos que se presenten, hasta los habitantes de las cotas mínimas de representatividad democrática o del relumbrón institucional, y hasta lo marginal y exótico.
Un juicio crítico que es un juicio moral. Insobornable y desinteresado. Un juicio encarnado en personas que, por idiosincrasia, temperamento o entrenamiento, no se mueven impelidas por las ordinarias ambiciones de la gloria militar, o las del poder, o por el dinero. Ni siquiera por las tradiciones más o menos tribales que atan a los hombres. Ni por el presumible respeto que la presión de príncipes, reyes, jefes de gobierno o de estado, magnates del imperio económico mundial, gerentes de lucrativos negocios de la muerte, capos de la mafia, corruptos de niveles varios, estrellas de cine, déspotas orientales, ONG´s, periodistas o terroristas, quisieran imprimir. Sorprendentemente inamovible cuando se pretende trastear lo que entiende que es la verdad.
No olvidaremos ingenuamente tampoco que, incluso los dedicados a este oficio, no siempre practicarán lo que profesan. El abuso cabe en cualquier ideal. Pero muchos tutores de la humanidad, ni siquiera aceptarán profesarlo. Sabemos que la humanidad, globalmente considerada, nunca ha sido especialmente humanitaria.
Este trabajo no lo hace nadie, aparte de la Iglesia católica. Una instancia que es exclusivamente moral; que asesora, sin privar de la libertad; que corrige, sin dejarse impresionar por la eventual mala interpretación de sus palabras; que no se calla, a pesar de que conoce perfectamente las polvaredas que levantarán –en ciertos medios- sus palabras.
Una cosa así - por decirlo sin ambages -, si no la hubiera, habría que inventarla. El efecto espejo suscitado por IU, imitando al parlamento belga, no hace sino confirmarlo.

jueves, 30 de abril de 2009

“LOS MITOS INDÓMITOS”
Se cuenta de Aristóteles que murió a los 62 años, de cáncer de estómago, en su relativa ancianidad y ya aislado y solitario, escribió: “cada vez soy más amante de los mitos”.
Este gran filósofo de la antigüedad, para quien no tenemos ya tiempo ni interés, habría considerado ridículo describir los fenómenos que veía prestando atención solamente a un solo orden o categoría de principios, y atribuyendo a estos todo lo que ocurre en el universo. Habría sido indigno de un genio tan observador, penetrante, fértil y analítico como Aristóteles afirmar que todo lo que acontece sobre la faz de la tierra puede explicarse mediante la materia, sin intervención alguna de los agentes morales. Hoy tenemos, en cambio, una hipersensibilidad invertida: las cuestiones que implican necesidad, responsabilidad, criterios morales y exigencias de la virtud, de acierto en el comportamiento, se nos indigestan.
Un terrorista – múltiple asesino- denuncia a sus jueces, sin dejar de sonreír, pues le parece épico su comportamiento y su causa lo merece. Parece lógico pensar que nadie –ninguna mente normal- arriesgaría su propia inteligencia hasta personificar la irracionalidad, de no estar muy convencido. Pero la justicia es otra cosa. Unos “holigans” protestan, porque la policía, al cachearlos, no “supo encontrar” su amplia panoplia de “argumentaciones deportivas”: bates de baseball para atizar al contrario; ¿falta de profesionalidad en la Policía? ¿No es más bien demostración de tremenda ausencia de templanza en forofos futbolísticos? Son lovers de su equipo. Pero la justicia es otra cosa. Una rica heredera, con un sincero respeto por los sentimientos hogareños y las buenas maneras, dona no sé cuántos millones de dólares a su mascota: un perro. Su dinero era suyo. Pero, ¿No es una prodigiosa falta de proporción si se tiene en cuenta la magnitud de la miseria humana en tantas partes de nuestro opulento mundo? La justicia es otra cosa. Aristóteles, ¿no habrá quizás exagerado al hablar con admiración del intelecto humano?
Hace años, la Europea Liga de Naciones, nombre de reminiscencias futbolísticas, solicitó a un afamado escultor anglosajón un monumento escultórico que expresara la necesidad de paz, la necesidad más directa y vital, por no decir la más terrible e imprescindible, de todos los hombres, cristianos o no. Tuvo el imperdonable desliz de introducir en el diseño, entre muchos otros, un determinado símbolo. Resultó coincidir con el que para un cristiano significa, del modo más eminente, el ansia de paz.
El diseño fue rechazado, porque se pensó que corría el riesgo de que no fuera aceptado por los no cristianos. Es conjetura razonable que fuera rechazado más por los anticristianos de Europa que por los no cristianos de fuera de Europa. Es dudoso que un respetuoso budista, o un seguidor de Confucio objeten un emblema místico, venga de quien venga. En cuanto al Islam –en lo que a símbolos respecta- bastará decir que pueden encontrarse en la Sura 57 del Noble Corán la mención, llena de respeto, de Isa, hijo de Miryam. No me parece suficiente, pero es tanto como algunos teólogos católicos le conceden.
Lo que produce una llamativa perplejidad de orden práctico es el desprecio que muchos europeos –hablemos ya del momento actual-, sienten por la religión de su propio pasado. Esto es una curiosa paradoja histórica. No sé si alguna vez ha creído alguien en Apolo, con su carro alado. Ni si lo ha hecho en Zeus Tonante, que amontona nubes, inmerso en un cúmulo de modernos problemas de violencia doméstica; o en Afrodita, la diosa del amor; o en Atenea o Hera, las diosas de ojos de lechuza y novilla, respectivamente. Que me perdone Homero. Es posible que sintiera en lo profundo de su corazón que su religión estaba muerta. Quizás es también la nostalgia que Aristóteles expresaba, al anhelar los mitos, sin poder llegar más allá. Vivió en el siglo IV antes de Cristo.
Si el cristianismo fuera en realidad un último mito, no preocuparía a nadie un símbolo más o menos. Lo mismo se podría utilizar un crucifijo en un aula, que un pelícano, un pez que una ninfa o un cupido. Pero hay una diferencia entre el cristianismo y todas estas bellas religiones antiguas: todos saben en el fondo de su corazón que no está muerta. Para muchos, detrás de los símbolos, aparece una realidad que, entre otras cosas, impide aceptar comportamientos como los descritos más arriba. Nadie lo sabe mejor que los que quieren que muera.
“UNA RED PARA QUIEN LA MERECE”

Una solución sorprendente, porque se propone resolver problemas y no simplemente –aplicando la ideología dominante- abandonar al niño al cubo de la basura, la madre a su futuros recuerdos, el emporte de la operación a su correspondiente matarife y el IVA, para quien manda en España.
A menudo se critica la escasez de recursos, de asesoramiento neutral y positivo, de cobertura legal, de atención médica, que se ponen a disposición de la mujer embarazada que quiere gestar y dar a luz, que no es lo mismo que salir a dar un paseo por el Parque de los Mártires. Específicamente dedicados a ella y no como de pasada, como si tuviera que disculparse por estar embarazada. El elevado número de abortos tiene mucha relación con esa falta de apoyo.
La presentación del plan “Más Vida” en Valencia introduce una perspectiva sugerente en la discusión sobre la futura ley del aborto anunciada por el Ministerio de Igualdad español. Precisamente porque es solamente un cierto tipo de igualdad lo que parece primar en el susodicho ministerio.
La Comunidad Valenciana ha sido pionera en la puesta en marcha un programa de defensa y protección de la mujer gestante y de su entorno familiar. Lo novedoso de “Más vida” radica en que se trata de una iniciativa institucional que atiende a una reclamación frecuente entre asociaciones de defensa de la vida y –sobre todo, y esto es lo verdaderamente importante- de la mujer embarazada.
El pasado 24 de septiembre el presidente del gobierno valenciano, Francisco Camps, anunció la creación de “Más vida. Programa de prioridades sociales para las personas y las familias 2008-2011”. El Plan es ambicioso. Persigue mejorar la calidad de vida de la mujer gestante mediante la creación de centros especializados, con sus respectivos equipos de médicos, juristas, psicólogos y orientadores familiares, así como cientos de puntos de encuentro itinerantes que faciliten recursos para la maternidad. El programa se aplicará con la acción coordinada de cuatro consejerías del gobierno de Valencia: Sanidad, Inmigración, Justicia y Bienestar Social.
Juan Cotino, consejero de Bienestar Social, anunció el plan de apoyo a las familias y aportó nuevos datos, según informó La Gaceta de los Negocios (26-09-2008). De sus palabras se desprende el serio empeño en que el plan “Más Vida” contribuya a consolidar una seria alternativa a la hecatombe del aborto; según este político, el programa aspira a salvaguardar “el derecho a la vida en formación, protegiendo a las madres gestantes que estén decididas a tener su hijo, poniendo los medios necesarios de carácter social, educativo, sanitario, adecuados para los dos”.
Entre otras medidas concretas, los centros de Atención Social que lo coordinarán -uno en cada capital de la Comunidad Valenciana- dispondrán de equipos de voluntarios para que acompañen a las madres gestantes tanto durante el embarazo como durante los primeros meses posteriores al parto. Esto, como es sabido, no es una iniciativa novedosa, existen ya asociaciones privadas que dedican su empeño a este menester. Institucionalmente era una laguna. Además, se pretende preservar el anonimato de las mujeres así lo deseen, para que su decisión de dar a luz no esté condicionada o perturbada negativamente por factores externos más o menos propagandísticos, en la línea de lo “políticamente correcto” a escala nacional.
Otra de las medidas incluida en el proyecto “Más Vida” es la revisión de los procedimientos de adopción y acogimiento familiar con el objetivo de reducir el trámite legal de las adopciones a la mitad de tiempo. Esto último ha sido recibido con elogios por organizaciones como el Foro Valenciano de la Familia, que en un comunicado dice: “Promover la adopción como medida alternativa para aquellas mujeres embarazadas que no puedan asumir la crianza de sus hijos supone una clara apuesta por la vida, en tanto que se ofrece una solución a las madres embarazadas que se encuentran en situación de conflicto y desamparo”.
Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, aplaudió la puesta en marcha de “Más vida”: “La iniciativa de la Comunidad Valenciana es uno de los proyectos más humanistas y progresistas de los últimos años, ya que lucha por la defensa de los derechos de la mujer y del niño, teniendo en cuenta las dos partes, con mayor libertad de elección que si sólo se tuviesen en cuenta los derechos de la mujer”. Asimismo, solicitó que el plan se extienda a toda España.
Iniciativa política interesante, a contracorriente de lo que estamos acostumbrados a ver, y que bien merece la pena que analicen asépticamente los políticos de todas las marcas.
“DE REYES Y REINAS”

El 6 de noviembre de 1989 el Senado Belga aprueba una proposición de ley sobre el aborto. El 29 de marzo de 1990, los diputados la adoptan por 126 votos contra 69 y 12 abstenciones. No es una liberalización total, como pedían algunos, porque impone una condición: “que al corrientemente denominado “estado de buena esperanza”, se superponga el “estado de angustia”.
Hasta aquí, nada especial. La rutinaria erosión moral que tantos en Europa han digerido sin pestañear. Lo llamativo vino inmediatamente después: el Rey de los Belgas, que es la tercera rama del poder legislativo según la constitución, se negó a confirmar esta decisión con su firma. Y dirigió a Wilfried Marteens –Primer ministro- una carta, solemne y patética, en la que manifestó la gravedad excepcional de su gestión. En esa carta pedía al Gobierno que buscase una solución que le permitiera conciliar el derecho, con sus propias convicciones: las convicciones del Rey. No hace falta recordar que la carta se desplomó sobre el micromundo político como si se tratase de una bomba.
Dicho en pocas palabras, el Rey no deseaba estar asociado a esa ley. Y firmarla –consideraba él- implicaba asumir cierta responsabilidad. El camino que escogió no era una vía fácil, ni tampoco sería comprendido por buena parte de sus conciudadanos. A los que se sorprendían de su decisión, les preguntaba: “¿Sería normal que el rey fuera el único ciudadano de Bélgica que se viera forzado a actuar contra su conciencia en un terreno tan esencial? ¿La libertad de conciencia vale para todos, pero no para el rey?” La libertad del rey frente a un parlamento: la de un individuo –mejor, una persona- frente a una masa anónima de votaciones acomodaticias.
Esta espectacular e inusitada muestra de bravía defensa de la libertad de conciencia sigue impresionando hoy, como cuando se releen las páginas en las que –justo a la inversa- Tomás Moro se enfrenta a su Rey. El desafío, como es sabido, se produce porque Enrique VIII –el Faraón Tudor, como le llama Belloc- desea que toda Inglaterra esté de acuerdo es que él es la cabeza Suprema de la Iglesia Católica en su reino. Sus deseos chocan con una somera oposición de los clérigos, que finalmente ceden, con notables excepciones. Pero –contenida en un discreto silencio- choca especialmente con la negativa de Tomás Moro, su Canciller. Finalmente, mediante una felonía de Richard Rich, será condenado porque la Ley del Parlamento establecía que “Negar que el Rey era cabeza Suprema de la Iglesia en Inglaterra” era “Traición”. Así que Tomás será ejecutado, precisamente por hombres que eran sus amigos, porque no se decide a pensar como piensa su Rey.
Este portentoso anacronismo se mantiene todavía en el Reino Unido, prolongando a través de los siglos un tufillo de vetustez y de inadecuación que recuerda, en otro orden de cosas, la artificialidad estructural de los regímenes geriátricos de la antigua URSS.
Hemos pasado del siglo XX al XVI, y podemos retroceder más todavía. Nos vamos al siglo V (a.C.) y comprobamos que estas historias no son invento de modernos. Sófocles nos dirá, por boca de Antígona, que no pensaba que hubiera razón para obedecer las órdenes de Creonte, que le prohibía enterrar a su hermano, porque “no pienso que tus bandos (de Creonte) han de tener tanta fuerza que te hagan prevalecer a ti, mortal, por encima de las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Leyes que no son de hoy ni de ayer, sino que viven en todos los tiempos. No iba yo a violarlas por temor a los caprichos de hombre alguno”. Esto es literatura, por supuesto. Dicho sea de paso, literatura que conviene no dejar que perezca, para los jóvenes, en el maremagnum de las consolas y videojuegos. Pero esto es otra historia.
En definitiva, ni el rey nos impone sus pensamientos, ni nosotros se los imponemos al rey. Lo mismo vale para un Parlamento: no nos inflige sus ideas. Esto es la buena ley del respeto: dejar hablar con libertad al contrario. No hace falta decir explícitamente que todo lo anterior, también por galantería, vale mucho más si se trata de la Reina de España.
“¿UNA HISTORIA?”


N. Watt ha escrito sobre la niña Alexia González-Barros. Watt recuerda que, en la presentación de su película, el director afirmó que no ha inventado nada. Según la periodista, profesora de la Universidad de Salamanca, un 80% ha salido de tres biografías ya publicadas. Pero sobre esta base real, añade Watt, el director ha incorporado un 20% de deformaciones de la historia que le dan un carácter caricaturesco e insultante para la familia de Alexia.
Veamos detalles. En la película el padre de Alexia es un hombre pusilánime, muerto en un trágico accidente, antes que su hija. En la realidad: el padre de Alexia era un hombre de sólidas convicciones cristianas, que acompañó a su hija en su lecho de muerte, más tarde se hizo miembro de la Prelatura del Opus Dei, y falleció veinte años después que su hija. En la película se presenta a Alexia como una niña manipulada por su madre y sin fe. La realidad: Alexia estaba cerca de Dios. Ella lo ofreció todo, absolutamente todo, sabía que el tesoro que tenía en las manos, tenía que administrarlo bien. No se rebeló y mantuvo la alegría. Fue ella y no la familia quien hizo que todas aquellas cosas tan difíciles se transformasen en normales. (www.alexiagb.org.). Lo contaba ella a sus compañeras de colegio: “Aunque no lo creáis, Dios da las fuerzas necesarias y todavía te dan ganas de reír un poquito. (…)”
La madre de Alexia aparece como una fanática religiosa, manipuladora, fácil de convencer con planteamientos pueriles, y obsesionada por controlar a sus hijas. En realidad era una mujer culta, sumamente amable y educada, cariñosa, que quería que sus hijos conociesen mundo, aprendiesen idiomas y tomasen decisiones por sí mismos. El sentido religioso, la fe y la aceptación serena de los acontecimientos, formaban parte de los valores que vivían. Le importaba mucho la formación humana e intelectual de sus hijos. Trataba de que fueran adquiriendo criterio. Alexia lo adquirió con rapidez y sabía ponerlo de manifiesto.
El “novio”. En la película, a Alexia le gusta un niño que se llama Jesús. Su madre no lo sabe. Al poner ese nombre a un personaje de ficción, el director busca provocar una confusión entre ese adolescente y la figura de Jesucristo, a quien la niña se refería en sus conversaciones y oraciones. La realidad: a Alexia le gustó un niño que se llamaba Alfonso y que conoció en verano de 1984 en Vall-Llobrega. Fue un amor platónico, de adolescencia: nunca llegaron a hablar. Se lo contó a su madre que, en este tema, como en tantos otros, era su confidente. En una ocasión, su madre le regaló una pegatina que ponía “I love Alfonso”. Al recibirla, Alexia comentó sonrojándose: “¡Qué cosas tienes, mamá!”.
En la película, Alexia tiene una hermana que se hizo del Opus Dei por un desengaño amoroso propiciado maliciosamente por su madre. En realidad la hermana de Alexia era considerada por sus compañeras como una persona muy inteligente, independiente, y con fuerte personalidad. Pidió la admisión como numeraria a los 22 años. En aquel momento acababa de terminar dos licenciaturas -Farmacia y Antropología americana- que estudió en la Universidad Complutense”.
La muerte de Alexia: En la película, cuando muere Alexia, los médicos, enfermeras, sacerdotes y amigos presentes empiezan a aplaudir. En la rueda de prensa de la presentación de la película en San Sebastián, respondiendo a un periodista que le preguntó si había sido así, el director afirmó que sí. La realidad la aclara el propio hermano de Alexia: “Mi hermana Alexia no murió rodeada de aplausos. Murió rodeada de cariño. Cariño de sus seres queridos: padres y hermanos y con el silencio respetuoso de las enfermeras, doctores y enfermos”. Hay más mentiras en la película, pero no hace falta agotar la lista.
Ahora hay que preguntarse que tipo de cosa ha querido dirigir este director. En cualquier caso, no parece una trayectoria que pase por decir la verdad.
“MUY LOGRADO”

En un espectacular ejercicio de autocrítica positiva, el último comandante del campo de exterminio de Auschwitz, un caballero llamado Hess, escribe en su diario que, se mire por donde se mire, la tecnología puesta en funcionamiento por el campo de concentración debía considerarse un logro técnico de altísimo nivel.
Requería tener en cuenta la programación de incorporaciones de trenes de desplazados que establecía el ministerio del Reich, y que estaba sujeta a muy frecuentes variaciones, impuestas por las condiciones –por decirlo de alguna manera- de subordinación a las propias eventualidades imprevisibles de la guerra mundial. También la capacidad de los crematorios y su fuerza de combustión eran extraordinarias, piensa Hess, pues permitían un ritmo de exterminios altísimo y un grado de consumición que dejaba pocos e irreconocibles residuos. Por otra parte, era necesario conseguir que esto funcionara de modo ininterrumpido: un programa fascinante y armonioso que se justificaba por sí mismo: una mezcla de obra de arte y de ingeniería que toda persona inteligente no podía sino valorar con admiración: un logro glorioso de la ingeniería industrial alemana.
Se comprende que, con tales ejemplos de inhumanidad, aquello no pudiera prolongarse. Como estaba escrito en una hoja volandera de la Rosa Blanca, “Hitler no podía ganar la guerra, pero sobretodo no debía ganarla”.
Sobre estas atrocidades se ha escrito tanto, y tantos monumentos se han construido, para que nunca transmute su recuerdo en cruenta leyenda de tiempos ya olvidados. Para que nunca pierda la capacidad de, por contraste, hacernos reflexionar y tratar de ser mejores.
Laudable pretensión, con diversos disfraces menos dignos, en ocasiones. Pero podemos ver también hasta qué punto ha fracasado. Todos somos hoy espectadores atónitos y, en última instancia, desamparados, ante el continuo incremento de toda clase de productos de salvajismo –camuflado de progresismo- cuyo único y común fundamento estriba en el abandono humano a lo que sea. También a los espacios de las colas malignas muy bien hechas.
Ahora, y mucho más cerca cronológica y geográficamente, y para evitar callar sobre lo esencial, pongamos sobre la mesa la prodigiosa Subcomisión Parlamentaria que analizará la modificación de la Ley del Aborto. Ha citado a 30 expertos para oír su autorizada opinión. Es entretenido y penoso repasarlos.
Algunos son realmente ex del aborto, como Elisa Sesma, ginecóloga procesada por aborto en la sanidad pública en 1987 o José Luís Doval, pionero de los abortos en Galicia. Tampoco faltan los gestores de clínicas abortistas: Santiago Barambio, que detalla lo que cobran por su intervención: unos 400 euros. Efectivamente, a cambio de una vida, barata es su faena. O Guillermo Sánchez, de la famosa clínica Dator: el abortorio privado mayor de España. No sabemos qué postura defenderá la ex ministra socialista Carmen Calvo ante los grupos parlamentarios, ni lo que dirán los restantes miembros de la comisión de expertos, hasta 30 –de los cuales 16 ya se han manifestado en diferentes ocasiones, por supuesto, completamente a favor-. No lo sabemos en los detalles, pero de sobra adivinamos lo que pasará.
Resumamos. De los 30 convocados, cinco tienen intereses económicos en juego, otros cinco forman parte de asociaciones de planificación familiar y otros cinco son miembros de plataformas feministas abortistas: los 15 citados se benefician directamente: unos porque lo hacen en directo, otros porque reciben subvenciones por ayudar a las mujeres a abortar. Dicho sea de paso, es curioso que no logren ver -algunas feministas- hasta qué punto el aborto es “violencia machista” de la peor calaña.
Ante la indiferencia de la mayoría, va adquiriendo fisonomía jurídica un tinglado del que podría también sentirse orgulloso el comandante Hess.
“DINERO Y ENSEÑANZA”

Ocasionalmente, no faltan las manifestaciones –generalmente promovidas por sindicalistas concienciados o teledirigidos – en defensa de la enseñanza pública y en defensa de lo que consideran sus dineros. Eventualmente, también contra la enseñanza privada. O sea, a favor de la enseñanza y contra la enseñanza: ambas cosas. No por la enseñanza, sino por quien la imparte. Es curioso.
Un estudio de la Fundación Heritage indica que desde los años ochenta ha habido un fuerte aumento del dinero que se dedica a la enseñanza primaria y secundaria: casi un aumento del 50% en términos reales. Pero las notas, la tasa de fracaso escolar y otros indicadores de calidad, no han mejorado en la misma proporción. Ni mucho menos tampoco.
Lo que llama la atención en el estudio de la Fundación Heritage es que mientras el gasto público en educación se ha disparado, los resultados académicos se encuentran estancados. Por ejemplo, desde los años setenta, en las pruebas anuales de lectura de la Asociación Nacional para la Valoración del Progreso Educativo, no se percibe ningún avance significativo. Incluso para los realizados a los alumnos de 17 años se aprecia un ligero descenso en la puntuación, a partir de 2001.
También se ha mantenido estable, con ligeras oscilaciones, el porcentaje de alumnos que consiguen graduarse en las escuelas públicas. Según los datos ofrecidos por el Centro Nacional de Estadística Educacional, en el curso 1990-91, el índice medio fue de 74,7%. En el 2006 bajó al 73,4 %.
El estudio de la Fundación Heritage señala que tampoco se ha logrado la igualdad educativa, pese al esfuerzo económico para aumentar el rendimiento académico de las minorías. Ni los estudiantes negros ni los hispanos han conseguido salvar la distancia que los separa de los blancos. Porque –se me estaba olvidando mencionarlo- estamos hablando de USA. Los hispanos, por ejemplo, terminan sus estudios en un 60%, mientras que los denominados estudiantes “blancos”, los terminan en un 80%. Desde este punto de vista –contemplando la tasa de fracaso escolar en España- la comparación es coherente: los españoles se comportan como “hispanos”, y nadie se lo puede echar en cara: es lógico.
Hace ya años que se sabe que no existe una relación unívocamente proporcional entre gasto público y calidad en la educación. Pero, para la gente, gente natural, sencilla, espontánea y despreocupada de los matices, emparentar ambas cosas es inmediato. La encuesta anual de Gallup que estudia la actitud de la sociedad hacia la escuela refleja, desde hace años, que muchos piensan que el principal problema de la educación pública es la falta de fondos. No han oído hablar del incremento de gasto verificado en las últimas décadas.
En realidad, la falta de fondos es el problema principal de la educación privada, no de la pública. Aún así, logra rendimientos -por euro- dobles de los de la pública. La conclusión, desde el punto de vista de la economía, salta a la vista.
Los autores del informe, después de un concienzudo estudio de las estadísticas y de repasar informes similares, concluyen que existe un acuerdo unánime entre los especialistas: con independencia del gasto público y su relación con la calidad de la enseñanza, es importante establecer mecanismos que se centren en una asignación y empleo eficaces de los recursos. De hecho, solamente el 52 % del dinero destinado a educación se destina a partidas directamente relacionadas: sueldos de los profesores, material escolar, etc.
Por tanto, para mejorar la calidad de la enseñanza, hay medidas más eficaces que aumentar la financiación. Por ejemplo, entre otras, simplificar la burocracia y controlar cómo se gasta ese dinero. Por mucho que se dilapide, no dará mejor educación si no se facilita el perfeccionamiento de los profesores. O si no se refuerza su autoridad en el aula, y la de los directores de los Institutos, entre otras cosas.